Estados Unidos redefine el orden global: la ofensiva contra Irán y su impacto en América Latina

Por Rodolfo Ponce Vargas, Analista Internacional

  • Compartir en Facebook
  • Compartir en Twitter
  • Enviar por correo

Cuando los bombarderos furtivos B-2 partieron desde bases en suelo continental estadounidense para impactar con precisión milimétrica las instalaciones nucleares de Irán, no solo estremecieron a Teherán. Sacudieron también las estructuras diplomáticas y militares del sistema internacional. La operación, ejecutada sin intervención directa de socios de la OTAN ni aprobación multilateral, revela el retorno de una doctrina de liderazgo unilateral: Estados Unidos actúa como garante del equilibrio global y, en momentos críticos, no pide permiso.

La comparación es inevitable. En el conflicto entre Rusia y Ucrania, Occidente ha operado dentro de las coordenadas de contención diplomática, desgaste estratégico y multilateralismo armado. Pero el caso iraní muestra otro modelo: el de la disuasión directa, el de la supremacía aérea aplicada sin dilación, y el de un mensaje tan político como militar. Ese mensaje ha resonado profundamente no solo en Medio Oriente, sino también en regiones periféricas que, como América Latina, observan con atención los efectos colaterales de esta nueva lógica de acción.

Uno de los impactos inmediatos es energético. Irán ha amenazado con cerrar el Estrecho de Ormuz, canal por donde transita aproximadamente un tercio del petróleo global. La respuesta de la Quinta Flota estadounidense ha sido desplegar fuerza disuasoria en la zona, mientras los mercados anticipan alzas sostenidas del precio del crudo. Para América Latina —con países como Chile, Perú y Argentina profundamente dependientes de hidrocarburos importados—, esta tensión se traduce en inflación, presión fiscal y descontento social acumulativo.

En simultáneo, los efectos geopolíticos empiezan a dibujarse. La próxima cumbre del BRICS en Brasil reunirá a figuras centrales de este nuevo triángulo estratégico: Irán, Rusia y China. En ese escenario, Chile ocupará un lugar clave. La presencia del presidente Gabriel Boric no pasará desapercibida, especialmente por su reiterado apoyo a la causa palestina y sus críticas explícitas a Israel. Lo que en el discurso doméstico se lee como coherencia progresista, en clave internacional podría percibirse como una cercanía no declarada con el eje antioccidental, especialmente si coincide con los discursos de Teherán y Caracas y directamente en otra vulneración directa a nuestra seguridad nacional.

La situación se complejiza aún más con el resurgimiento de Venezuela como plataforma estratégica iraní en Sudamérica. Las declaraciones de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello tras el bombardeo estadounidense —abiertamente alineadas con Irán— no sorprenden, pero sí preocupan. La cooperación militar entre ambos países y su prolongada asistencia también a Bolivia ya tiene antecedentes. Las misteriosas operaciones de aviones de carga iraní-venezolanos en aeropuertos de Argentina y Chile siguen sin esclarecerse. En contextos de guerra híbrida, la logística encubierta es mucho más que una nota al pie de página.

Chile, históricamente defensor del multilateralismo, se encuentra en una encrucijada. Su neutralidad activa podría no ser suficiente para navegar un mundo que retorna a la lógica de bloques. ¿Podrá el país mantener una política exterior autónoma sin quedar atrapado en esferas de influencia ideológica? ¿O será presionado a tomar partido en una confrontación que trasciende continentes, pero se cuela, silenciosa, en su propia política interna?

La ofensiva sobre Irán no solo es el inicio de una nueva campaña militar. Es el inicio de una nueva cartografía del poder, de decisiones unilaterales y América Latina quiera o no, ya está en el mapa. Una geopolítica donde el actual gobierno involucró a Chile y desde donde costará trabajo sacarlo.

 

  • Compartir en Facebook
  • Compartir en Twitter
  • Enviar por correo

ARTICULOS RELACIONADOS

Ver más